Núm. 10 (2003): Anuario de Espacios Urbanos, Historia, Cultura y Diseño

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El Anuario de Espacios Urbanos, Historia, Cultura, Diseño cumple una década. El lector tiene en sus manos la entrega número diez de una publicación que ha sido, desde el principio, un compromiso académico e intelectual en la exploración de temas y métodos para el estudio de la ciudad y lo urbano. Es bueno saber que el Anuario fue concebido por un grupo de investigadores adscritos a una escuela universitaria de diseño, esto es, a la División de Cien­cias y Artes para el Diseño de la Universidad Autó­noma Metropolitana (Azcapotzalco). Esta noticia puede ser interesante. Por un lado, no todos los fundadores del Anuario han sido ar­quitectos o diseñadores, sino que varios de ellos provienen de las ciencias sociales y las humanida­des (sociólogos, antropólogos, historiadores). De otra suerte, sin embargo, los arquitectos y urbanis­tas de forma permanente han planteado retos en cuanto a las miradas pertinentes y las metodolo­gías necesarias en esta práctica académica, de tal forma que los horizontes de la publicación se han visto ensanchados y cuestionados. No hay a la vista una síntesis ni una conclusión de lo que el Anuario ha arrojado a la vida intelectual de la Universidad Autónoma Metropolitana y a la de sus propios lec­tores. En todo caso, un resultado palpable es la posibilidad misma de mantener por diez años un consenso intelectual (y universitario) mínimo sobre la necesidad de una publicación organizada alrede­dor de problemas y temáticas de investigación, y no alrededor de disciplinas enunciadas desde la frial­dad taxonómica de un manual de la Organización Internacional del Trabajo. Por lo demás, el Anuario no fue concebido como un modo de expresión sólo ni principalmente de los profesores que lo fundaron. Al contrario, los fundadores pensamos desde el principio que el Anuario era una publicación que se ofrecía a la co­munidad académica de adentro y afuera de la Uni­versidad. Hicimos una oferta, creamos un espacio que estuviera disponible para los otros, únicamen­te exigimos los mínimos de calidad y pertinencia, dictados por nuestra experiencia y nuestras luces. No deja de ser una paradoja que con todas las desventajas presupuestales y políticas que la uni­versidad pública tiene hoy por hoy frente a la edu­cación privada, uno de sus baluartes siga siendo el riesgo. Como todos deberíamos saber, la investigación básica, la investigación aplicada, la reflexión y la crítica social, y la docencia que pretenda innovar al utilizar los resultados de las pesquisas cientificas y humanistas son, todas juntas y cada una a la vez, empresas de riesgo. Más allá de los ejercicios de planeación, y al orden y concierto al que todos es­tamos obligados en el manejo de los dineros públi­cos, los resultados tangibles y mesurables de todas esas actividades no son siempre predecibles. El momento en que afectarán para bien a la sociedad y a la cultura de las que surgen y a las que se de­ben, es más bien ajeno a las profecías de la planea­ción, por más que en los tiempos medios y largos sus impactos serán visibles para todos. El Anuario ha sido un riesgo asumido durante diez años por la Universidad Autónoma Metropoli­tana, con plena conciencia. Lo ideal sería que tam­bién su lectura fuera un riesgo. Quizá esto sea imposible en cada número y en cada artículo, pero nos gusta pensar que esa debe ser la tendencia dominante en la relación entre el texto y el lector. La lectura como riesgo, el riesgo de leer. En los ocho artículos que forman esta entrega, el lector sabrá si valió la pena. Ariel Rodríguez KuriNoviembre del 2003
Publicado: 2023-04-18

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